Cuando salí de casa de mis padres me sentí realizada. Sabía que no iba a ser sencilla la transición a vivir independiente. Sin embargo, nunca me hubiese imaginado que el karma me iba a perseguir hasta mi nuevo hogar. Me mudé y compartí mi primer departamento con dos roomies…
Vivir con roomies
Para empezar, vivir con roomies no era mi hit, pero me vi obligada por cuestiones económicas. Era lo que más me acomodaba en ese momento. Cuando llegué a mi nuevo hogar, estas chicas me explicaron las reglas de la casa. En pocas palabras, las únicas dos reglas eran que no podía hacer fiesta sin avisar y la segunda presentar al novio o persona que se iba a quedar a dormir en casa si es que algún día ocurría. La verdad que en ese momento no se me ocurrió preguntar quién iba a limpiar ni nada de eso, asumí que cada persona limpiaba su desastre y las áreas comunes se limpiarían cuando se ensuciaran.
Una semana y los traumas iniciaron
Hubo muchos focos rojos que debí haber tomado en cuenta cuando fui a ver el cuarto que iba a rentar, como que el baño tenía manchas negras en el piso. A la semana de estar en esa casa, decidí limpiar ese baño que parecía nunca haber sido lavado por nadie. Lamentablemente, ni con vinagre, cloro ni bicarbonato pude deshacerme por completo de las manchas de moho que había en la regadera. La cocina se fue convirtiendo de un domingo a jueves en el tiradero de trastes más grande que había visto en mi vida. Las moscas rondaban los vasos y el bote de basura estaba repleto de papeles. Obviamente no pude más y todo lo limpié yo.
Vivir con una roomie asquerosa
Cuando vivía en casa de mis padres, muchas veces tomé a juego las rabietas que hacía mi madre cuando algunos de mis cabellos quedaban atorados en la regadera. ¡Claro!, cuando regresaba todo estaba limpio, porque tenía una mamá perfecta que limpiaba meticulosamente la casa. Fue hasta que tuve la desgracia de llegar cansada de la oficina y encontrar el piso del baño, la regadera y el lavabo llenos de cabellos que el karma me alcanzó. También me llegó la sangre a la cabeza, tanto, que con un papel recogí y limpié todo ese cabello y lo coloqué encima del cepillo de dientes de mi roomie.
La guerra empezó
A ella no pareció importarle quién hizo aquello. Es más, al día siguiente había cabello en el piso de la cocina, la terraza y hasta en los sillones. Sin hablar de la toalla sanitaria que dejó abierta en el lavabo dándome la bienvenida a casa después de 8 horas de trabajo. De ahí las cosas solo fueron peor. Los trastes sucios se acumulaban, las servilletas desaparecían de mi lado de la cocina, y encontré mi shampoo nuevo a la mitad. Vivir con una roomie asquerosa y además abusiva me desquició a tal grado, que compré un frigobar para mantener la comida y la mayor parte de mis pertenencias dentro de mi habitación.
Comencé a sentirme homeless
Tenía un frigobar en mi habitación, mis enseres de limpieza incluida la escoba dentro del armario, pues hasta la escoba rompió. Mi cuarto se parecía a los carritos de la compra de las personas sin techo que guardan en este todas sus pertenencias. Siendo sincera, vivir en un cuarto con comida, cacharros de cocina y limpieza me hizo sentir como un hámster enjaulado. Fue así como decidí dejar mi primera casa compartida para buscar un lugar más agradable. Afortunadamente, mi BFF quiso venir a vivir conmigo y ahora convivo con una mujer que hasta compra flores para adornar la casa.
Sé cuidadosa con quien eliges vivir. Cuando estás empezando a independizarte puedes encontrarte roomies asquerosas. Espero que puedas huir de ellas y no termines adoptando las medidas extremas que yo adopté en ese momento.