Aunque suene triste, es una realidad que muchas personas, tanto hombres como mujeres, son víctimas de acoso laboral. Cada vez que escuchaba o leía en las redes sociales sobre estas historias me daba mucha rabia, mucho coraje, sobre todo porque la mayoría de las afectadas lo había callado por años. No entendía por qué no habían hablado y exigido sus derechos. Lo cierto es que nadie sabe cómo reaccionará ante una situación hasta que la vive. Aprendí eso hasta que sufrí acoso laboral.
Todos centrados en los despidos
Era 2016. La empresa en la que laboraba, un prestigiado periódico del sureste del país, afrontaba una crisis. Esto generó temor entre los empleados de antigüedad, principalmente. En tanto que algunos de los de reciente ingreso, relativamente, buscaban la manera de ser despedidos para irse con “un buen dinero”. En resumen: en todas las pláticas salían a relucir los posibles despidos. Y conforme pasaban los días, el tema se hacía más presente. Por mi parte, decidí enfocarme en el trabajo. Para serte honesta, era una adicta al trabajo.
Propuesta indecorosa
Entre toda la carga laboral, las exigencias, la presión por cumplir a diario los horarios de cierre y situaciones personales, nunca le di importancia a la conducta de mi jefe. Es decir, el tipo, un cincuentón que se cree y en ocasiones se comporta como un adolescente, siempre estaba de pica flor y haciendo “bromas” machistas. Decidí que lo mejor era ignorarlo, y así fue hasta que un día, a mitad de la jornada laboral, me levanté para ir al baño. Para mi mala suerte, él hizo lo mismo y lo encontré casi en la entrada de los sanitarios. Ahí, se me acercó y me preguntó: “¿Por qué estás tan solita”?, para luego ofrecerme su compañía en el baño.
Me bloqueé
La verdad es que no recuerdo, sigo sin recordar, que fue lo primero que me vino a la mente. Pero definitivamente no fueron mis discursos contra el acoso laboral. Lo único que hice fue mirar a mi jefe, seguramente con cara de asustada, y luego ir corriendo hasta al baño. Estando ahí, sólo le pedía a Dios que no me topara con mi jefe al salir del sanitario. De hecho, me quedé ahí como 20 minutos. Al regresar a la mesa de trabajo sólo evité hacer contacto con el cincuentón, actitud que tomé como por dos semanas. Recuerdo que durante ese tiempo siempre me dirigía a un compañero de trabajo, quien es un veterano y por eso me ayudaba cuando tenía dudas. Por su parte, mi jefe tampoco me dirigía la palabra.
Ola de despidos
Como a las tres semanas lo inminente se hizo presente: llegó la ola de despidos. Todos en la empresa estábamos conmocionados. Durante los primeros días tras esa masacre laboral, el ambiente en la redacción fue de amabilidad y empatía. Sin embargo, con el paso de las semanas, las cosas fueron cambiando; en realidad, regresaron a la normalidad, así como el trato que tenía con mi jefe antes del incidente en la entrada del baño. Lo único que cambió es que me volví más segura a la hora de tomar decisiones sobre la edición del día. Literalmente, mantenía una postura firme y le planteaba a mi jefe cómo presentaría mi trabajo.
Las jugadas de la mente
El tiempo pasó y durante él mi mente “olvidó” lo que había sucedido. Sin embargo, odiaba que mi jefe fuera a mi lugar porque solía pararse detrás de mí y tocarme la espalda. Al ir a “orientarme”, se acercaba tanto a mí, que sentía su respiración en mi oreja. Esos segundos se volvían una eternidad llena de incomodidad. Igual odiaba que mi jefe se me quedara mirando y me diera abrazos, con la justificación de que eran días festivos.
Chica robot
A pesar de que sentía esa incomodidad, nunca le dije nada a mi jefe. De hecho, le conté lo ocurrido a mis mejores amigos hasta unos meses después. Y mi mente seguía sin entender que eso había sido acoso laboral. El veinte me calló casi un año después, cuando decidí renunciar a ese trabajo, ya que uno de mis mejores amigos me dijo que había aguantado muchas cosas e incluso acoso laboral. Esa fue la primera vez que mi mente comprendió lo que había pasado y también lo aceptó. Luego, me puso a recordar que días antes de la propuesta indecorosa mi jefe me estuvo haciendo “recomendaciones” de lugares para “ir a comer”. También iba a mi lugar y me hacía plática de lo que fuera… Yo simplemente respondía en automático y seguía trabajando. Nunca me di cuenta de sus intenciones.
“Es que no me di cuenta”
Algunos conocidos y familiares cuestionaron mi decisión de irme de la empresa, en la que me veían laborando toda la vida. Lo comentarios se fueron haciendo más y más rigurosos, hasta que me di cuenta de que el acoso laboral había sido un motivo que me orilló a renunciar, sólo que no lo tenía en claro, sino inconscientemente. Y fue en ese momento en el que hablé de lo ocurrido con mis hermanas, quienes no entendían por qué no había hecho nada. Y mi respuesta fue la siguiente: “es que no me di cuenta”.
No sientas pena ni vergüenza
Seguido de esos pensamientos, me puse a analizar por qué ocurrió eso. Nunca le di motivos. Y también hubo un momento en el que me pregunté por qué me pasó eso. En el fondo, me sentía apenada e incluso avergonzada. Luego entendí que no tenía motivos para sentirme así, ya que no había hecho nada malo.
Habla, grita, ¡haz algo!
Llegué a la inclusión de que la mente bloquea las situaciones que no queremos recordar, aquellas que nos hacen mal. Y realmente lamento no haberme dado cuentas de las cosas antes, porque sé que no soy la única que ha vivido esto. Y también sé que hay gente que justo en este momento sufre de acoso, pero no lo sabe o no se ha dado cuenta. Sin embargo, creo que nunca es tarde para decir las cosas y por eso quise compartirte parte de mi historia. Así que si estás pasando por una situación similar, no te sientas mal y habla. Algunos dirán que eres una exagerada, pero no es así. Igual habrá gente cuadrada que te dirá que ya pasó por eso y sólo tienes que aguantarte, pero eso no es cierto. Insisto, ¡habla, grita… haz algo! Esa es la única manera de lograr un cambio.