Hay momentos en la vida en los que sentimos no ser suficientes para nadie. Al mismo tiempo nos resulta difícil aceptar que las personas no nos dan la importancia necesaria. Por eso, estoy aprendiendo a ser mi prioridad, para ver todo lo que me rodea desde una nueva perspectiva.
Las justificaciones eran el pan de cada día
Con tal de tener contento a todo el mundo, me la pasaba justificando las acciones de todos. Aunque fueran comportamientos negativos, siempre los aceptaba pensando que era resultado de momentos de estrés. Después de un tiempo, esto empezó a cansarme y decidí convertirme en mi prioridad. Obviamente, quienes acudían a mi sólo cuando lo necesitaban pegaron el grito en el cielo.
Aprendo a reconocerme
Después de un tiempo, comprendí que el principal motivo por el que era así, se debía a mi inseguridad. Mi autoestima estaba por debajo del suelo y siempre pensaba lo peor de mí. Creía que no tenía tantas cualidades como las otras personas. Creía que los motivos que tenía para hacer X o Y actividad no eran realmente importantes. Sin necesidad de que alguien más lo hiciera, yo sola me saboteaba criticándome e hiriéndome. Eso era peor que cualquier actitud externa, porque yo me lastimaba.
Quererme es lo mejor
Al principio fue un poco complicado, pues me perseguía el fantasma de la “culpa” por no ayudar a los demás antes que a mí. Con el paso del tiempo entendí que lo mejor era ver primero por mí, antes que por los demás. Comprendí que lo más gratificante es quererme, cuidarme, complacerme y hacer lo que quiero. Muchas veces eso implica estar sola, pero no importa, también disfruto esos momentos conmigo misma. En cuanto empecé a ser mi prioridad, acepté mis cualidades. Fui tomando en cuenta cosas que yo no creía importantes y las fui valorando. Al encontrar una cualidad y aceptarla como mía, aparecía otra y así sucesivamente. Para lograrlo tuve que prestarme mucha atención para conocerme y aceptarme como realmente soy.
No daré marcha atrás
Me ha costado esfuerzo dejar de pensar en el pasado, un pasado que yo creía que me hacía feliz. Me da nostalgia darme cuenta del punto en el que estoy y todo lo malo que pasé, cuando yo creí ser “feliz”. No voy a negar que extraño a ciertas personas que, por obvias razones, se han ido de mi vida. A veces soy débil y desearía regresar a esa vida, pero en cuanto recuerdo cómo me sentía, sé que no es la mejor decisión. Si de algo estoy segura es que ahora soy feliz de verdad y entiendo que no todo debe ser perfecto. He llegado al punto en el que entiendo que la vida es demasiado compleja como para complicarla aún más yo.
Al hacer limpieza de personas en mi vida, algunas se fueron con la cola entre las patas (como diría el dicho). Hubo otras tantas que sin pudor alguno se hicieron las ofendidas. Sin importar cuál fuera el caso, ninguna de esas personas intentó solucionar las cosas conmigo. Por fin entendí que hay personas que tienen un período muy corto en tu vida. Dejan aprendizajes y enseñanzas que depende de cada uno de nosotros si las tomamos o no. Ahora puedo decidir más fácilmente a quién sí y quién no quiero en mi vida. Lo único que tengo claro es que no quiero ni pretendo ser la opción de nadie.
