Hija, perdóname, prefiero que tengas mamá divorciada a dos personas que se odian en casa

Cuando pasé por mi divorcio solo podía pensar en mi hija de apenas cuatro años. Mi mayor miedo era que sintiera que su mundo estaba derrumbándose. Sin embargo, cuando comenzó el divorcio me di cuenta de que mi casa se había convertido en un lugar de lo más tóxico. Tener una mamá divorciada era mucho más atractivo que tener una mujer deprimida.

Lo lamento

Cuando eres mujer y estás pensando en divorciarte, en lo primero que piensas es en tus hijos. Yo no deseaba que mi pequeña sufriera; sin embargo, mantener el hogar feliz mientras mamá y papá se odian no iba a ser posible. Mi matrimonio duró seis años. En los últimos dos creí que me estaba volviendo loca. Tuve muy pocos novios durante mi vida. Vengo de una pequeña familia muy religiosa que me hizo creer que encontraría a la persona perfecta y esa iba a estar conmigo toda la vida. En realidad, creo que si diera algunos pasos atrás, me hubiera gustado conocer a más chicos antes de tener una hija (que ninguna culpa tiene) con el hombre que no fue el indicado.

Las etapas del divorcio

Es cierto, llevo dos años sin pareja y en este tiempo he visto cómo mi personalidad ha ido cambiando conforme a las etapas del duelo. El enojo fue la etapa que más me afectó personalmente. Cuando me casé con mi ex, creía fervientemente que todo iba a ser perfecto dentro de casa. Creí que se convertiría en un hombre más religioso como yo para criar bien a nuestra hija. Cuando éramos novios, conocí muchos de sus defectos, que pensé corregiría en algún momento. A los pocos años de casados me di cuenta de que en realidad él nunca iba a cambiar. Tampoco me acompañaría a la iglesia cada domingo y, por supuesto, no dejaría de beber con los amigos. Quise controlar a mi pareja sin darme cuenta de que no ser religioso, ser sociable e irse a tomar con los amigos era parte de su personalidad. Me casé con una idea, no con una realidad.

Mi hija y el divorcio

Mis padres, obviamente, estaban muy molestos cuando les dije que iba a divorciarme. Tuve que aceptar ser la oveja negra de la familia y tomar cartas en el asunto. Mi mamá me repetía: “Piensa en tu hija, ¿qué va a hacer sin papá?“. Hablé con mi ex y me dijo que definitivamente él no se iba a alejar de Ingrid por nada del mundo. Así que perdí el miedo y llegamos a algunos acuerdos por amor a nuestra hija. Pasó tiempo en lo que dejamos de pelear y de arrojar los resentimientos al aire. Mi hija en varias ocasiones me vio derrumbada, llorando en la habitación.

Llorar enfrente de los niños

En lo personal, nunca he visto a mi madre llorar, por eso llorar frente a mi hija al principio era algo imperdonable. Sentía que iba a traumarla ver a mamá llorando. A tal grado llegó mi preocupación, que se lo conté a mi terapeuta, quien me dijo que era peor que me contuviera a que mi hija nunca me viera llorar. Me dijo que de esa forma solo iba a lograr que mi hija fuera una analfabeta emocional. La primera vez que permití que mi hija me viera llorar, la vi muy asustada. Se me quedó viendo sin saber qué hacer. La segunda vez me pregunto: “Mami, ¿por qué lloras?”. Fue entonces que le expliqué que estaba triste y llorar me hacía sentir un poco mejor. Así que me abrazó y se sentó a mi lado.

Sé que a estas alturas del partido mi hija no comprende muy bien lo que pasó entre su padre y yo. Traté de explicarle por qué papi ya no está en casa todos los días. Y supongo que mientras crezca habrá muchas preguntas, que intentaré responder de la mejor forma cuando llegue el momento. Espero que cuando mi hija crezca, entienda que me divorcié para ser una mejor mamá. Al final, dos padres enojados valen menos que uno sano.