Llevar un matrimonio no es cosa fácil. Para mí fue mucho más complejo de lo que esperaba. Tal vez porque me casé demasiado joven y con el corazón en la mano. Me di cuenta de que las situaciones que podrían ser simples, no siempre lo eran. Lo mismo creí de las personas. Ese fue el error que me costó perder mi matrimonio de ocho años. El romance muchas veces se desdibuja, se pierden los detalles de lo que en un principio parecía importante.
El comienzo de todo
Nos casamos demasiado jóvenes. Al menos para mucha gente fue así, para nosotros era perfecto. Salimos un par de años antes de casarnos. Todo parecía un cuento de hadas. Pasamos nuestros tres primeros años de matrimonio sin muchas complicaciones. Sólo peleas y reconciliaciones sin importancia. Hasta que decidimos irnos a vivir a su país natal. Del cual yo no dominaba el idioma. Incluso, me costó poco más de un mes aprender a pronunciar mi nueva dirección de la manera correcta.
El comienzo de mi error
El gran error que me costó mi matrimonio, fue la suma de todos los pequeños errores que permití y que cometí en los siguientes años de mi matrimonio. Y el primer error que cometí fue excluirme de su vida. Decidí, sin darme cuenta de que lo había hecho, que prefería no salir con él y sus amigos porque no los entendía, porque no sabía llegar a los puntos de reunión, porque me sentía una verdadera incompetente. Además, mi marido, del cual omitiré el nombre, nunca mostró señales de querer ayudarme. O si lo hizo, no las noté.
Los problemas comenzaron a notarse
Al alejarme de su vida, él se alejó de lo poco que era la mía. Terminé viviendo con un completo desconocido. Y de seguro yo también terminé siendo una desconocida con la que compartía un poco de su vida y del espacio donde residía. Eran pocas las veces que salíamos, eran menos las veces que teníamos un momento a solas. Pensé en tomar mis cosas y regresar a casa, pero de ambas opciones tuve miedo. Otro terrible error que seguí cometiendo. Años después, justo a un lado de nuestro pequeño apartamento, llegó alguien, que para mi infortunio, hablaba mi idioma. Sentí que comenzaba a tener una vida de nuevo.
El error que me costó perder mi matrimonio
Sabía que el pasar más tiempo con mi vecino que con mi marido estaba mal, pero me sentía bien, tenía alguien que me brindaba su apoyo. O al menos eso creía yo. Terminé siéndole infiel a mi marido. Sabía que era incorrecto. Sospechaba que él me hacía lo mismo, pero nunca tuve el valor de siquiera preguntarlo.
La culpa que sentía al ver a mi esposo cada noche era la única cosa que sentía por esos días. Al final todo salió peor de lo que creí que terminaría. Me enteré de que mi vecino y amante era casado y con hijos. Me sentí sumamente traicionada. En ese momento me golpeó la culpa, así como me sentía yo, seguramente se sentiría mi esposo.
Cómo terminaron las cosas
Tras un mes de llorar por las noches y preocupar a mi marido, por fin me atreví a responder su pregunta usual: “¿Qué ha pasado, estás bien?”. Se lo conté todo. No dijo nada, tomó sus llaves y salió de casa. Pasaron un par de horas, cuándo regresó, me sorprendió con un abrazo, dijo que no le importaba y que a partir de ahora todo sería diferente. Pero yo no pude con mi culpa y mi traición. No tuve el valor de hablar las cosas en su momento, ni de hacer lo correcto. Actué como una cobarde y tomé la salida fácil. Ese fue el error que me costó perder mi matrimonio. Nos divorciamos al poco tiempo, luego de eso tomé mis cosas y regresé sola a casa.