Dejarnos llevar por el instinto más primitivo (el sexual) muchas veces termina en desgracia

Todos en algún momento terminamos haciendo algo que juramos jamás hacer, por alguien que nos vuelve locos. Recuerdo que conocí a un chico que me hizo perder la cabeza de todas las formas posibles. No precisamente porque me volviera loca. Más bien, despertó en mí algo que yo no conocía hasta antes de él. Me refiero al instinto más primitivo del ser humano, el que tiene que ver con lo sexual.

Te contaré un poco

Me considero una chica de bien, que no va en contra de los valores que le fueron inculcados. Mis padres me enseñaron siempre a respetar a las personas y no jugar con sus sentimientos. Así había sido mi vida, hasta que lo conocí a él. En realidad sigo sin comprender por completo qué o cómo fue que lo hizo, para que yo hiciera todas esas cosas que juré jamás hacer.

En ese tiempo, cuando lo conocí, yo estaba dentro de una relación. De hecho, el chico con el que salía y yo, nos habíamos comprometido hace poco. Estábamos felices y sin duda queríamos compartir nuestras vidas todos los días.

La vida cambia cuando menos lo esperas

A pesar de que me sentía muy feliz con la relación que tenía, cuando lo vi a él, algo cambió en mi. Era como si se hubiera activado mi modo malvado, el modo curioso, ese que quiere pecar y que no le importa nada más. Al principio, traté de controlarme lo más que pude. Estaba a punto de casarme, no podía hacerle eso a mi prometido, pues yo lo amaba. Luché durante unos meses contra mis deseos y contra el instinto más primitivo. Lo más curioso era que él no hacía nada como tal. Hablábamos y la pasábamos bien, pero nunca me insinuó nada, ni siquiera me faltó al respeto. Era como un imán al que yo me sentía atraída en todo momento.

Despertó el instinto más primitivo

Estábamos en una fiesta del trabajo y luego de varias copas comenzamos a jugar. El juego fue subiendo de nivel. Mientras jugábamos, él no dejaba de mirarme. Sentía cómo me devoraba con la mirada y yo quería que lo hiciera. Al final, me dijo que si me llevaba a mi casa y yo acepté. Esos días mi prometido andaba de viaje por asuntos de trabajo, por lo que él no podía ir por mi. Cuando íbamos camino a mi casa, sin pensarlo dos veces, le bajé el cierre y comencé a succionar su miembro mientras él manejaba. Sentía como su pulso se aceleraba y a la vez, sentía cómo comenzaba a humedecerme más y más. De repente, él desvió el camino y llegamos a un motel. Pagó el cuarto y entramos. No tardamos nada en desvestirnos por completo rompiendo algunas de nuestras prendas.

Me tumbó sobre la cama y comenzó a besarme toda, de los pies a la cabeza. Luego jugó un rato con mi vagina mientras sus manos acariciaban y apachurraban mis pechos. Después me penetró y gemí de una manera sorprendente. Ni siquiera con mi prometido había sentido esa conexión. Lo hicimos 4 veces esa noche. Nos quedamos a dormir ahí y al día siguiente me llevó a mi casa.

Yo pensé que ahí había terminado todo, pensé que sólo había sido un rato de relajo como consecuencia de la fiesta y el alcohol. Luego de un rato, me entró el remordimiento porque yo había iniciado todo. Ahora me sentía culpable porque le estaba siendo infiel a mi prometido. Pensé en llamarle, pero lo pensé bien y mejor no lo hice.

Obviamente después los encuentros se hicieron más frecuentes y era como si a mí no me importara lo que estaba haciendo. Mi prometido terminó enterándose y las cosas terminaron con él. Hasta el día de hoy sigo con ese chico que despertó mi instinto más primitivo y se lo agradezco por completo.