Cómo aprendí a no dejar que nadie tome decisiones por mí

De unos años para acá, no dejo que nadie tome decisiones por mí. Muchas veces lo permitimos por comodidad o porque creemos que los demás deciden lo mejor para nosotros. Sin embargo, acudir a terapia me ha ayudado mucho a darme cuenta de esto. Incluso las pequeñas acciones pueden favorecernos o perjudicarnos. Para que nuestra vida pueda fluir no debemos permitir que nadie decida por nosotros; ni siquiera nuestra familia, pareja o amigos. Lo que suceda con nuestra vida es nuestra responsabilidad y de nadie más. Recuerda que uno es quien debe enfrentar las consecuencias

Personas importantes en mi vida

Es un hecho que gracias al camino que he recorrido he conocido a muchas personas y he aprendido algo de cada una de ellas. De acuerdo a lo vivido o compartido, algunas se convierten en seres muy importantes y valiosos. Lo malo es que si no marcamos límites, esas personas podrían sentirse con la confianza de entrometerse en nuestras vidas. Algunas personas solo quieren lo mejor para nosotros, pero hay otras que pretenden influir de manera negativa. Permitir que ellos sean los que tomen decisiones en nuestro camino puede afectar nuestro equilibrio emocional.

Pérdida de autoridad

Permitir que alguien más tome decisiones por ti tiene como consecuencia dos cosas. Para empezar, estás cediendo el control de TU vida a otros, y segundo, tú te empequeñeces y pierdes autoridad en ti. Lo malo es que a veces ni siquiera te das cuenta de lo que está pasando porque las señales no son obvias. Para que eso no pase, quiero compartirte mi experiencia. Una vez que identifiques las señales, evita que otros tomen el control de tu vida.

No quiero que nadie tome decisiones por mí

  • Sentía culpa. Al principio no lo notaba, pero cada vez que tomaba decisiones para mi vida, terminaba sintiéndome culpable. Necesitaba escuchar que lo que hacía estaba bien para que dejara de sentirme así. Sí, sonaba patética, pero a ese punto llegué en el que no hacía nada sin permiso de los demás.
  • Todos manejaban mi autoestima. Es triste decirlo, pero quienes me rodeaban eran los que se encargaban de decidir mi estado de ánimo. En pocas palabras era una marioneta en manos de los demás. Mi autoestima subía y bajaba conforme a lo que decían de mí. Tenían el poder y sus valoraciones influían en la forma en que me sentía y veía a mí misma.
  • Me quejaba por todo. Inconscientemente, empecé a quejarme de cualquier asunto. La terapeuta me explicó que eso era porque mi yo interno trataba de defenderse, pues yo estaba permitiendo que los otros tomaran decisiones para mi vida. La insatisfacción que sentía era la causante de que estuviera tan irritable y necesitaba cambiar eso.
  • Evitaba las críticas. Siempre me esforzaba por hacer las cosas como a los demás les gustaban con tal de tenerlos contentos. Dejé de lado mi poder para mí y permití que otros fueran los que decidieran sobre mis asuntos. Mi grado de infelicidad era tal, que tuve que pedir ayuda de una terapeuta. Por fortuna, las cosas han cambiado y ahora que reconozco esas señales, sé lo que debo hacer y las decisiones que me corresponde tomar.