Hace ya casi dos años que pasé una de las más horribles experiencias de toda mi vida. Chica, si algún día comienzas a salir con un chico de rasgos narcisistas, te voy a dar un consejo. Corre hacia el lado opuesto sin siquiera pensarlo; porque enamorarte de alguien que solo se ama a sí mismo es de las peores cosas que puedes hacer. Espero que no te topes con un patán como con el que yo me topé.
Aquí te va la triste historia
Hacía mucho tiempo que no me enamoraba de nadie, hasta que, un día, un viejo amigo entró en escena y comencé a salir con él. La química entre los dos era espectacular, tanto, que me dejó de importar su físico, su demandante carrera en medicina y su poco tiempo para vernos. Llevaba tanto tiempo deseando un buen amor, que me dejé llevar peor que hilo de media. Al principio todo era amor y flores, hablábamos a diario y aunque no pudiésemos vernos tan seguido, tenía una parte especial en mi vida y en mi corazón. Salimos durante seis meses.
La relación se fue complicando
Cuando empezamos a salir con alguien nuevo siempre mostramos nuestra parte más brillante. Es el proceso normal de enamoramiento. Primero ves todo lo bueno y después te das cuenta de que también tiene sus achaques y raspones. Él era un narcisista, un chico experto en manipulación, con un gran, gran ego. Al principio no lo noté, pero conforme pasaron los meses todo lo que era amor me fue quebrando cacho a cacho el corazón.
Me sentía vulnerable
Si alguna vez te has sentido realmente vulnerable vas a entender perfectamente que basta solo con unas palabras de amor para empezar a caer. Este patán era un amigo de muchos años. “Confiable” era la mejor palabra para definir lo que yo sentía por él al principio. El chico parecía estar enloquecido de amor por mí, así que pasé por alto sus llegadas tarde, los planes cancelados y que poco a poco la comunicación se fuera cortando. Pasaban días sin contestar mensajes, tardes enteras viendo cómo subía fotos a sus redes sociales. Era obvio que me andaba del ala por un patán. Mi “yo” de ese entonces estaba realmente vulnerable, con la autoestima en el piso y sin mucha fuerza para decir “¡NO MÁS!”.
Las llagas de una autoestima nula
Recuerdo que en ese entonces usaba cualquier excusa para escudar sus acciones. Mis mejores amigas me pedían que dejara de verlo, pero yo no podía. Él fue la piedra a la que yo quería estar sujeta, costara lo que costara. Fue una de las experiencias más dolorosas de toda mi vida. Y no por que el hombre fuera un completo patán, sino porque me permití ser una mujer de las que tanto me quejaba. En ese entonces, me convertí en la chica de las migajas, la que esperaba el mensaje de un mal amor una vez a la semana. Me convertí en la chica que esperaba durante dos horas en un restaurante, con más de 15 llamadas perdidas. Con cada metida de pata me hería a mí misma, pues bien pude haber huido del restaurante a los 15 minutos de espera, también pude dejar de contestarle, bloquearlo y sacarlo de una vez de mi vida.
La vida es sabia y sabe cuando necesitas una sacudida
Su narcisismo no era lo peor de esa situación ni su impuntualidad. Al final de esos seis meses abrí los ojos a una verdad aún más dolorosa. El chico del que me había enamorado tenía novia y nunca lo supe. Fue así cómo acabó conmigo, mandándome una foto de él con su novia. Fue el tiro de gracia que necesitaba la chica con la autoestima hecha añicos. En ese momento fue como una bala que me llegó directo al corazón. Pase muchos meses desconfiando de todo hombre al que conocía. Lloré de noche, con un dolor horripilante en el pecho.
La relación acabó
La relación acabó como empezó: fugaz. Pasé muchos, pero muchos meses enojada con él, conmigo, y con el destino por haberlo puesto en mi camino. Sin duda, ha sido uno de los golpes más duros que me ha dado la vida. También ha sido uno de los golpes que más me han hecho crecer. La chica vulnerable se desvaneció poco a poco y en su lugar una nueva yo resurgió con fuerza. La lección de vida que llegó con su partida me cambió la vida. Desde ese día aprendí a ser más fuerte, solté todo lo que me ataba a él, aprecié más el silencio de mi cuarto y aprendí también a llevarme las cosas con más calma.
La partida de este patán me dejo más que amargas lágrimas: me dio muchas lecciones de vida. Entre ellas, me enseñó a no vivir con enojo y aprendí a perdonar. Pero quizá lo más importante que me dejó fue conocer mi propia fuerza.