Tener una crisis de vida parece ser algo malo o así es como lo vemos a primera vista. Sentir que el mundo se viene encima a veces parece el fin del mundo. En más de una ocasión he tenido momentos así y antes siempre pensaba que era algo malo, pero conforme pasa el tiempo, he aprendido a ver las cosas de una manera más inteligente.
Es más cómoda la rutina
Debo reconocer que lo más fácil y sencillo en la vida es cuando te acostumbras a algo y eso no cambia. Por ejemplo, despertar, bañarte, ir al trabajo, trabajar, regresar y dormir. Al día siguiente lo mismo y así todos los días. Lo mismo sucede con la pareja o con la familia. Siempre es más cómodo cuando nos mantenemos en un mismo renglón. Cuando las cosas se salen de ese renglón, nos vemos desconcertados, con duda y miedo. En un principio es complicado saber cómo reaccionar ante ello, pero he aprendido que debo guardar la calma antes de querer correr hacia la salida.
Por qué nos cambian las crisis de vida
Cuando todo sale del renglón en el que estamos acostumbradas a verlo, nuestra realidad cambia por completo. La primera vez que a mí me pasó, sentí que todo era perturbador a mi alrededor. Sentía que todo se desmoronaba y tontamente creí que no podía hacer nada al respecto.
Una crisis te sacude, pero a la vez te resucita
Sí, al principio todo se ve nublado y parece que no hay salida. Las cosas cambian y la incertidumbre puede hacerse presente, pero eso no significa que deba darme por vencida. Al menos eso aprendí. Una vez que tuve una crisis de vida, sentí mucho miedo y pensé que no podría seguir. Ya dentro del gran remolino del caos, descubrí que podía vencer el miedo siempre y cuando me lo propusiera. En todo ese proceso también me sorprendí de ver lo fuerte que podía ser. Jamás había imaginado toda la fuerza que pudiera tener.
Creer en mí es lo más importante, ¡siempre!
¡Qué triste que antes de las crisis no creyera en mí y todo el poder que tuviera! Quedé tan sorprendida y a la vez impactada de todo lo que era capaz de hacer. Además, comprendí que la adaptación que tenía a partir de ese momento ya era mejor. Aprendí a soltar lo que no podía retener y a valorar lo que llegara a mis manos.